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27 de marzo de 2011

Carnavaleando...

Después de un tiempo sin actualizar...volvemos....
Aunque en el mundo cibernético hemos estado un poco paralizados en el mundo real hemos estado con mucho movimiento...

En esta entrada les dejamos un texto que escribimos hace unos días sobre cómo se vive el carnaval aquí en La Quiaca...




Carnaval a la quiaqueña

Si bien es probable que a nivel nacional el Carnaval volvió a tomar fuerza este año a partir de la decisión del Gobierno de devolverle al pueblo la posibilidad de encontrarse en las calles festejando, en contraposición a las censuras de la última dictadura cívico-militar, el norte argentino sigue su camino hace rato.
Por suerte, y para sorpresa de los visitantes y de algunos que solo este año hablan del Carnaval, en el norte la tradición se siguió manteniendo y pisando fuerte. En las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy la decisión de devolverle el Carnaval al pueblo no cambió nada.
En nuestro viaje que emprendimos por las radios comunitarias desde hace tres meses, hemos tenido la posibilidad de estar en La Quiaca para estos días festivos, donde el festejo empezó hace dos semanas.
Primero está el jueves de compadre, mezcla extraña de tradición cristiana y cultura andina; los hombres se juntan en la calle a tomar, comer y bailar. A la semana siguiente arranca el jueves de comadre, sería parecido para las mujeres pero mucho más festivo y más compartido por todos.
Papel picado, albahaca, serpentina, agua, espuma y sobretodo talco (que reemplaza a la harina de antaño) es lo que desde ese jueves viste a la ciudad y a las cabelleras de los quiaqueños, y de los que estamos de visita también, hasta los perros quedan entalcados por estos días, ninguna excusa vale para zafarse, no hay perdón.
La música de cajas, trompetas, saxo, erques suena por todos lados. Cada grupo se junta temprano aunque sea un día laboral. Comen algo y beben con sus más íntimos. Luego se va de recorrida y ya se van juntando por diferentes lados hasta concluir en el mercado central, donde ya no hay actividad más que la fiesta, que abunda en ese lugar tan lleno de trabajo de domingo a domingo.
Una banda con equipos provistos por el municipio toca el ritmo de cumbia chicha que parece no tener principio ni fin. Baile y bebida hasta el otro día, donde las mismas comadres son las que abren sus puestos de frutas y verduras.
El mismo jueves de comadres se desentierra el Carnaval, una solución antropológica ancestral para decir que el diablo esta suelto y no importa si mete la cola en cualquier lado.
Las calles se preparan, banderines, filas de sillas haciendo de cordón, los puestos de chori a la quiaqueña (con tomate, lechuga, mayonesa, mostaza y llasgua/picante), salchipapa (papas fritas con pedacitos de salchichas), sándwich de milanesa con papas en el medio, espuma, cerveza, vino en cajita mezclado con gaseosa, empanadas y golosinas. El humo da el toque final para que la gran fiesta empiece, la avenida se transforma en el enorme escenario.
Como si la cotidianeidad quedara en suspenso por unos días, se sale de la rutina diaria pero se entra en otra, la rutina carnavalera. Cada día desde la tardecita se vuelven a escuchar las bandas de las comparsas que empiezan a acercarse a la plaza desde distintos puntos de la ciudad. Cada una tiene su característica, su vestimenta o disfraz que la diferencian de las otras, pero todas comparten algo, la multigeneracionalidad de sus integrantes.
En La Quiaca, los festivales en general y el Carnaval en particular tienen una característica especial. Aquí no solo participan los que están en alguna comparsa o tocan en alguna banda y el resto hace de espectadores. En el principio y fin de la Argentina, las calles todas se vuelven fiesta y todo el pueblo el protagonista. Todos se suman a las danzas de la comparsa con la que simpatizan.
Al terminar su pasada, cada comparsa se retira con su baile por las callecitas oscuras, rumbo directo a la “invitación”, esto significa que una familia, a modo de agradecimiento (por el buen año u otro motivo) invita a su casa a una de las comparsas y le ofrecen comida y bebida. Pero la fiesta no termina ahí, de la invitación vuelven a las calles danzando y sin perder el ritmo llegan cada una a su “local”, y a seguir bebiendo y carnavaleando hasta el amanecer de un nuevo día, donde como una especie de déjà vu todo se volverá a repetir hasta el martes, el martes de challa.
La challa, es una antigua ceremonia que se utilizaba para agradecer el principio y el final de las cosechas o para agradecer por algo, como la casa, etc. Cada año, el martes de challa al caminar por las calles quiaqueñas se pueden ver los autos vestidos de fiesta, papel picado y serpentina los envuelven. Por todos lados se respira el olor a koa. En las puertas de los locales o las casas se ven los braceritos, las hojas de coca, cigarritos, chicha, singani, cerveza, vino, koa y unas bandejitas que se compran en los mercados con algunos yuyitos (muy significativos para la cultura originaria de la zona) y dólares falsos, que simbolizan la riqueza. Parte se ofrece a la pachamama y parte se la incinera y esparciendo el humo se challa la casa, el auto, el comercio.
Ya sea puertas afuera o puertas adentro, en la intimidad familiar, la mayoría de los quiaqueños challa.
Durante varios días el pueblo carnavalea a pesar de las bajas temperaturas, y todos se encuentran en las calles, disfrutando del espacio público y del poder compartir en comunidad la tradición que aquí nunca se perdió. Allí están todos, los amigos, los enemigos, los vecinos y hasta el intendente. Todos bailando en las mismas veredas y bajo el mismo ritmo.
Luego del martes que en todo el país se anunciaba el final de los festejos, aquí todavía en las noches se seguían oyendo algunas trompetas, porque el Carnaval por estos pagos recién se enterró el domingo pasado, así que en el norte la alegría continuó un poquito más.

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