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19 de octubre de 2012

Crónica de un viaje azul

Jamás volveremos a creer en las películas que se desarrollen en veleros, barcos o cualquier transporte que flote en el agua. Simplemente porque mienten. Mienten cuando muestran a los protagonistas viajando en un velero, tomando sol con una copa en la mano.

Ahora, después de haber viajado arriba de un velero durante 6 días, sin parar, por mar abierto, podemos confirmar que esas pelis están muy alejadas de la realidad.

Uno de los seis atardeceres que vivimos en la mar


Mar y cielo, cielo y mar

Trataremos de resumir esos seis días en los que no vimos tierra.

Desde hacía un par de meses, estábamos en Venezuela buscando una y otra alternativa para cruzar el famoso Tapón de Darién, área selvática límite entre Colombia y Panamá, o también conocido como "el dolor de cabeza de los viajeros de Latinoamérica"

En pleno viaje

La cuestión es que, si bien Colombia y Panamá están unidos por tierra, no existe carretera que una los dos sub-continentes. Es decir, en ese tramo la famosa Panamericana se corta. Al indagar un poco, parece que varias son las causas. Por un lado, porque allí hay una inmensa reserva natural, que en caso de que la atravesara una carretera produciría una gran agresión al medioambiente. Ahora bien, al parecer no es que el gobierno de Panamá sea muy ecologista que digamos, sino que por cuestiones políticas tampoco construiría carretera. El tapón de Darién le sirve justamente de tapón para el paso de colombianos. Claro que si pensamos en la primera causa, no estamos en desacuerdo entonces en que no haya carretera. Pero lo que sí da bronca es el abuso de las empresas aéreas así como de los barcos y veleros que permiten el cruce entre Sudamérica y Centroamérica. Aprovechando que son la única opción para poder cruzar ponen unos precios ilógicos por la distancia. Se suma a eso, que para ingresar a Panamá se te exige que muestres un pasaje de salida del país. Claramente, que al viajar como viajamos nosotros no vamos a tener un boleto de avión que nos cruce a Costa Rica.

Bueno, la cosa fue que entre tanta averiguación y ya un poco desesperanzados, nos llega un mensaje que una vez más sería una señal.

El velero Alea donde cruzamos


A través de las redes sociales conocemos a Johan (holandés) y Silvia (española), una pareja que desde hace cuatro años está dando vueltas por el mundo a bordo de su velero Alea. Nos escriben para entrar en contacto, ya que ellos estaban navegando por aguas latinoamericanas. Justo nos comentan que estaban por las orillas de Venezuela y que en días ya irían rumbo a Panamá. Entonces fue cuando pensamos ¿será una señal?

Ahí empezaron idas y vueltas de mail para saber si había chance de poder viajar con ellos ese tramo hasta Panamá. Desde el principio estuvieron predispuesto a tratar de ayudarnos. Una de las opciones es que retornáramos a Colombia y nos encontráramos en Cartagena. Pero como nos pasa a nosotros todo va cambiando minuto a minuto, así que nada era seguro.

La vista de los seis días: agua y cielo

Pasaron varios días, y como ya contamos en otro post, nos habíamos ido a intentar conocer algo de la costa venezolana. Estábamos en Punto Fijo cuando nos llega un mail que dice que no sería posible el viaje porque ellos estaban en Curazao y de ahí partirían directo a Panamá. Miramos rápido un mapa y para nuestra sorpresa vemos que Punto Fijo estaba muy cerquita de ese lugar, que es una antilla holandesa (sí, está pegada a Venezuela pero pertenece a Holanda). Sin pensarlo mucho, tampoco teníamos el tiempo para hacerlo, empezamos con las averiguaciones. En medio mandamos otro mail preguntándoles si sería posible ir con ellos si viajábamos hasta Curazao. La respuesta fue positiva: solo nos cobrarían los gastos de comida, serían 6 días y partían en tres días... definitivamente no había tiempo de analizarlo mucho. Solo el tiempo para sacar cuentas y saber que nos abarataba un poco el cruce.

Conclusión: tuvimos que volver por un día a Maracaibo (lo bueno de eso fue reencontrarnos con nuestra amiga Morela). Al otro día, bien temprano, partimos al aeropuerto. Después de solo 40 minutos de vuelo ya estábamos en un lugar que jamás imaginamos estar. Y menos que estaríamos menos de 24 horas. Fue la primera vez que hicimos los trámites de ingreso y salida del país con una diferencia de dos horas. Al otro día, ocho de la mañana zarpamos.

Una de las imágenes que nos llevamos de Curazao: la carnicería y sus narices

Al principio fue muy emocionante, era la primera vez que viajaríamos en un velero de un país a otro. Todos nos habían hablado del mareo continuo. Tratamos de pensar que no sería tan así, quizá exageraciones. Pero a las horas de haber salido empezamos a confirmarlo. Pato lo sintió menos, los mareos se daban más cuando se bajaba al interior del velero. Pero Pau estuvo casi lo seis días con un mareo casi continuo. Así y todo no nos arrepentimos para nada, fue una experiencia única.

Vivimos de todo. Mar calmo. Mar movido. La sensación del velero rotando casi a noventa grados. Mucho sol y calor pero también tormentas. Guardias compartidas en la noche. Pescar un pez llamado la dorada....enormeeeeeeeeeeee y con un color verde hermoso. Sí, fue parte de nuestro alimento. Peces voladores que caían en el barco. Y lo mejor... al llegar a aguas panameñas nos recibió una familia de delfines!

Con ustedes Silvia y el famoso pescado

¡Tierra a la vista!

Ya anclados disfrutamos felices de la cena despedida

Fue una mareada y linda experiencia. Y sobre todo gracias a la buena onda de Johan y Silvia pudimos cumplir una nueva meta: llegar a Centroamérica!

1 comentario:

  1. Para nosotros también fue grato tenerlos a bordo, el Alea allí sigue, en Panamá y en unos días nos reencontramos con él para seguir navegando mares
    ah! impresionante la foto de la dorada ¡y qué rica que estuvo!
    suerte con el futuro
    silvia y johan

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